miércoles, 7 de enero de 2009

ESTATUAS


21.12.08 - ANTONIO SOLER en SUR.es.

“[…] Navidad para los desahuciados. Allá van todos. Unos, los habitantes de la calle Calvo, en busca de pensión o alquiler precipitado, y el otro, el hombre de metal y su caballo, a los almacenes donde las estatuas duermen su sueño de hierro y sangre. Esta es la pedrea de la vida, la auténtica lotería y no la que mañana cantarán los niños de San Ildefonso y festejarán con cava en las puertas de las casas de lotería. Al pedestal de la estatua del dictador se subió una especie de romántico con la bandera de Falange, un ignorante que nunca querrá saber que Franco siempre despreció esa bandera, que usó a Falange a su antojo para aferrarse al poder, que fue descabezando a sus líderes y siempre odió a José Antonio, al que suponía castrado en su prisión de Alicante y del que comentaba complacido unos supuestos llantos cuando iba camino del paredón. Pero muchos necesitan de banderas y simbología, por muy falsa que sean. No pueden meterse en reflexiones ni perder el tiempo en leer Historia. Ya tienen su propia versión tatuada en la cabeza y siempre verán como enemigo a aquél que venga a alterar en lo más mínimo su información, también labrada en bronce.

Franco sí que nos proporcionó auténticas navidades dickensianas. Desalojó al país entero, lo dejó sin alma. Él nació con vocación de estatua y a su alrededor sólo quiso una uniformidad metálica, un escalafón que partía de su lugar cercano al cielo y se iba degradando hasta llegar a la tierra, a este valle en el que los humanos mezclamos la barbarie de nuestras pasiones con ideologías nacidas en contubernios bolcheviques, ateos, judíos. Gran padre que nos dispensaba su amor en forma de mano dura, por nuestro bien. Siempre por nuestro bien, siempre apartando la mala hierba del trigo y siempre él decidiendo la bondad y la maldad de las hierbas que componían su huerto. El suyo sí que fue un gran desalojo, el que él hizo de un lado a otro de este país envilecido por el miedo. Ahora se llevan sus restos de gloria a un almacén. No es mal destino. Aunque él, claro, habría preferido la fundición, y que con su sangre derretida hicieran balas con las que felicitar la Navidad a sus hijos rebeldes, tan queridos.”


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